Tengo un desorden bastante pintoresco en la cabeza. Me doy cuenta, a veces. Hay colores, formas, palabras, caras. Pero sobre todo hay ojos. Hay muchos ojos. Y tienen muchas pestañas. Están maquillados. Me analizan, me observan, me limitan, me rechazan, me juzgan. Hay cabelleras largas, brillantes, ondulantes. Hay pechos. Hay escotes. Hay uñas largas, hay pianos y banquitos de pianos. Hay vibraciones, hay corcheas, hay redondas. Hay legos. Hay saxos, hay voces aireadas y graves, hay bongoes y trompetas. Hay terciopelo y cítricos. Hay pasto. Hay estornudos y sonrisas. Hay muchas sonrisas. Hay gatos parlantes. Hay cortinas, pajaritos y chicharras. Hay abejas y música de los beatles. Hay verde. Hay miradas de auxilio, hay necesidad de abrazos. Hay escaleras. Hay abuelos. Hay sombras. Hay pinturas en blanco y negro y en fucsia. Hay pupilas dilatadas y almohadones. Hay brazos y hombros fuertes y perfume de varón. Hay manos y pies grandes. Hay arena. Hay miradas cómplices. Hay estrellas. Hay muchas pero muchas estrellas. Y un lago, un reflejo, y un latido.

La espera

Y sin embargo eligió el puente,
corrió a favor de un viento
que le ayudó a (…) perderse
en un laberinto que no conocía”

Instrucciones para John Howell

Juan suspiraba ansioso. Marta le había prometido que vendría por la tarde, sí, por la tarde había dicho. Tarde, o tardecita, ya le daba lo mismo. Naná insistía en tranquilizarlo diciéndole que para algunos la tardecita es después de la merienda, pero a él ya no le importaba. Desde después del mediodía que la estaba esperando.

Naná no consideraba la posibilidad de algún negocio ilícito, confiaba en su ahijado ciegamente. Juan tenía cara de buena gente y eso definitivamente ayudaba a que los negocios salieran bien.

Martita, Martita querida y su bendito mandado. Claro, a Naná él no le podía confesar la causa de su inquietud, ella sospechaba de algún indicio amoroso, que nunca existió más que en sueños remotos. Marta jamás le había parecido físicamente atractiva, presentía que era demasiado inteligente para él en realidad. Sin embargo la esperaba como un novio celoso. Se cuestionaba internamente la causa de su tardanza. Adonde estará, pensaba, con quién. Cuánto más, cuánto tiempo más.

Las dos tardes siguientes se parecieron a la del martes. No es de orgulloso, pero yo no la voy a llamar, le explicaba a Naná, entienda tía, ella dijo que vendría. Internamente se le pudrían las vísceras, sentía culpa por haberla maltratado, por haberle dicho todo lo q le había dicho. A Naná le seguía contando mentiras, o lo que deseaba escuchar. La quiero Naná y no sé cuanto tiempo más pero esto así no puede seguir… ella dijo q vendría por la tardecita, usté sabe, usté me entiende tía. Las horas eran eternas, el silencio no se interrumpía con el final de los mates y la radio ya no era una compañía. Naná no respondía y el hecho de que escuchara tan atentamente ya conformaba otra excusa más para estar de mal humor. Tres tardes sentado contra la ventana. Tres tardes atormentado, divagando.

¿Encontraría la verdad? Tantas veces, esperando, se había sumergido en el pensamiento añorando los tiempos en que tenía teorías, teorías que se cumplían. Ahora el mundo era gris, y a veces verde opaco, Naná convivía con él y Marta que no llegaba, que nunca llegaba.

La incertidumbre lo hacia trizas. Se sentía mal consigo mismo. Marta no era un fastidio, al contrario, la esperaba siempre. Y cada vez que se encontraban discutían. Nunca logró entender que lo llevó a hacer negocios con ella para eventualmente convertirse en socios, quizá el tiempo o la costumbre. Ciertamente no había sido la simpatía del uno hacia el otro. Su relación se basaba en la confianza, su oficio, el de ambos, era la simple diligencia. En esta diligencia se producía el encuentro. La frecuencia variaba y eso era exactamente lo que lo tenía así, tan ansioso. No era el lucro, era la ansiedad por verla, una vez más en su traje gris y a veces verde opaco. Pero basta, porque estoy pensando demasiado en esta mujer, Naná páseme otro, pero que sea amargo esta vez.

Sospechaba, sinceramente sospechaba, que esta tarde no la vería venir. Tanta espera, ahí, junto a la fría ventana lo iba a hacer sufrir más, él lo sabía. Estaba convencidísimo de que ella llegaría en un momento de descuido, cuando él no estuviera allí esperándola, y ese era su más grande temor. A veces, cuando sentía que ella no iba a llegar, cuando comenzaba a perder las esperanzas era justo cuando ella llegaba. Regresaba de una caminata y allí, justamente allí estaba la cajita amarilla. Martita estuvo acá, diría Naná y él se arrepentiría, se lamentaría por haberse ido tan plácida y despreocupadamente.

Pensaba seguido en Marta, demasiado seguido para su gusto, se sentía mal por el mundo que cada día se ponía más y más desabrido, y por sus actitudes y pensamientos que se tornaban cada vez más y más inútiles, giraban en una espiral gris y espesa cada vez más espesa y más oscura. Cuando no te veo te extraño Marta, a pesar de que nunca toqué tu piel, extraño el toque de tu mirada, de tus ojos rabiosos, ofendidos, enojados porque no tengo el dinero o porque no fui puntual. Perdón Marta. Perdón.

Al tercer día el peso de la culpa fue más fuerte que el. Naná gritaba adónde vas Juan, pero él no reaccionó. Desaforadamente caminó por todas las calles de Buenos Aires, convencido de que la encontraría.
Esos días, esas tardes le habían bastado para darse cuenta, tendría que hacer algo. Matarla, casarse con ella... pero no podía continuar con tanta incertidumbre.

Dudaba. La amaba, a veces la odiaba, sentía admiración. Su porte, su actitud lo atraían, lo seducían, lo fascinaban. Sentía impotencia cada vez que ella planteaba una situación, intolerante hacia él, sentía impotencia porque sentía que ella tenía razón todas y cada una de las veces. Mientras continuaba dilucidando las cuestiones caminaba hacia el puerto sin fijarse en el camino, en piloto automático.

Naná había quedado sola en casa. Pobrecita, pobre vieja, tan buena la vieja, tan sola pobrecita. Confiaba tanto en él. Cuántas veces la había decepcionado y ella había preferido no enterarse, la quería a la vieja a pesar de que se aprovechaba de su buena voluntad, eso estaba claro. Bueno, sé que me la voy a encontrar acá, Marta tiene que pasar por acá. Qué pocos autos hay, poca cantidad. Se está por largar a llover, encima yo que no traje el reloj y hoy y ayer y el martes me parecen el mismo día. Tres días sin Martita, sin su traje, sin su mirada distante y fría, sin ella y sin las cajitas amarillas.

Está oscureciendo y yo te sigo esperando en el puente. Sé que vas a pasar. Veo tu sombra entre la niebla. Te siento. ¿Adónde estás? Las gotas comienzan a caer finitas, agradables como tus gestos. Siempre delicadas, impredecibles. Me encanta verlas caer tan plácidas, cómodas, sonrientes. ¿Y a vos Marta? ¿Te gustan? Ahora que lo pienso nuevamente me doy cuenta. En realidad pasé más tiempo con vos durante estos tres días que durante el resto de mi vida.

Marta, Martita, estás dentro de mí y siento que te lo tengo que decir, Marta. Marta te encontré, finalmente te encontré. Tengo tantas cosas para decirte Marta, sí, con todo el respeto del mundo pero te las tengo que decir. Marta no sabés como son los días en los que no llegás. No sabés como me pongo, el tiempo, el tiempo es una tortura y no una tortura agradable. Me quedo sordo, sordo a todo lo que me rodea, y pienso y pienso y es pensar lo que me pone cada vez más triste y más frío, me siento solo Marta. Vos no lo sabés Marta, pero yo tenía planes, planes, para vos y para mí, para los dos. Y si te miro y te miro es porque no lo puedo evitar, vos te conocés Marta, te conocés y me conocés. Marta ¿vos nunca sentiste que me necesitabas a mi? Porque a mi me pasa seguido, ¿sabés? cada vez que pasa mucho tiempo sin vernos y me pongo así, tan gris, tan malhumorado. Me asusto Marta porque siento que no te voy a ver más. Marta, no, no me digas que estoy loco ni que soy disparatado. Te prometo que no te voy a lastimar.

Marta, ¿me ves? Yo te veo ahí, en el reflejo, en el agua, te veo inmutable, tranquila, sombría. Marta, ahí está tu sombra Marta, tu imagen que se me acerca en cuanto me aproximo al agua. Tu pelo, tu largo pelo lacio que nunca toqué, ahí lo veo, ahí está. Por primera vez lo estoy tocando, ahí, acá lo encontré. Todo para mí, ya lo tengo entre mis dedos. ¿Tus dedos? Ya lo tengo, pero al igual que vos, se me escapa.


(ganador de 1º mención en concurso Julio Cortázar-Municipalidad de Hurlingham - 2004)